miércoles, 1 de diciembre de 2010






















Arte del Paleolítico

Hace unos 50 mil años, los neanderthales dejaron testimonios de pequeños depósitos de ocre rojo. Los arqueólogos no saben para qué lo utilizaban pero parece que era pintura que probablemente usaban sobre sus cuerpos o en los muros de ciertos lugares.


En la época del hombre de Cro-Magnon (Homo sapiens sapiens) se desarrollaron las artes. Tallaron figuras redondeadas en piedra o en marfil, modelaron animales en arcilla, decoraron sus armas con dibujos representativos y formales, ejecutaron bajorrelieves en las paredes de roca de las cavernas donde se guarecían, y grabaron o pintaron escenas en los techos de las cuevas.






Aproximadamente en el año 15 mil a. de N.E., comenzó un período en que se realizaron pinturas y grabados en las paredes y techos de las cuevas. Los animales constituyen el motivo principal de estas decoraciones. Las pinturas murales alcanzaron su máximo esplendor en lugares como las cuevas de Lascaux, en Francia y de Altamira, en España. Se sabe también, por objetos funerarios encontrados, que el hombre de Cro-Magnon también fabricó adornos que pudo usar como talismanes: collares de conchas, dientes perforados que se colgaba y pulseras.


Las pinturas rupestres se han encontrado en muchos casos en lugares de difícil acceso y aislados. El artista paleolítico no se ocupaba del paisaje y apenas prestaba atención a la figura humana. Cuando muestra seres humanos lo hace de forma poco realista, abstracta y estilizada, mientras que los animales los dibujaba con todo detalle.







Es prácticamente imposible saber qué impulsó a los seres humanos a realizar las primeras manifestaciones artísticas que han llegado hasta nosotros. No sabemos cuál fue su propósito o qué pensaban que estaban haciendo. Sin embargo, se cree que en las cuevas en donde se pintaban los animales se llevaba a cabo algún ritual religioso o mágico, quizá con la intención de influir en los movimientos y el comportamiento de los animales, de cuya caza dependía la vida.


También se han encontrado diversas figurillas femeninas talladas en piedra, en marfil o modeladas con mezcla de arcilla y polvo de hueso. Sus cuerpos son muy gruesos y están exagerados los rasgos sexuales y tienen el rostro casi sin tallar. Se supone que estas figuritas eran amuletos de la fertilidad.


El ser humano y su vida en el paleolítico

La lucha por la supervivencia fue, en los tiempos paleolíticos, una lucha del ser humano con el medio natural y con sus competidores de otras especies animales. Como la vida era muy dura, sólo una minoría de seres humanos cumpliría los 40 años de vida y los que llegaran a esa edad seguramente tendrían una vejez difícil, aquejados de dolores de artritis, reumatismo, escorbuto, y amenazados de muerte con cada hueso roto o muela infectada.

La supervivencia de la humanidad durante el Paleolítico se logró en gran medida a la vida comunitaria, su ingenio, sus descubrimientos técnicos y la capacidad social que desarrolló para comunicar y guardar la memoria de su cultura.



La alimentación del hombre prehistórico dependía básicamente de la recolección de plantas, tubérculos y otros vegetales, así como de la ingestión de insectos, huevecillos de insectos y animales pequeños. Los primeros seres humanos cazaban presas pequeñas, pero con el desarrollo de la vida comunitaria y la tecnología de caza, el Homo erectus pudo convertirse en un depredador de manadas de animales salvajes o grandes, como el mamut y el bisonte, o de peces una vez que inventó redes. El hombre prehistórico no mantenía una dieta equilibrada y en muchos casos su alimento consistía en carne en estado de semiputrefacción.



Los grupos u hordas de esta época vivieron generalmente en cuevas que los protegían del frío y la humedad. Estos lugares también servían como lugar de enterramiento y de cultos y ritos. La aparición del arte rupestre convierte a la cueva en un santuario, que la convierte en el centro del universo familiar. Las cuevas tenían áreas de actividades bien definidas: lugar para encender la hoguera, talleres para el trabajo de piedra, hueso, madera, etc., áreas sagradas para las ceremonias, el culto y la magia, piletas naturales para el agua. En el exterior, había zonas para trabajar y secar pieles, áreas de descuartizamiento, fuegos de protección nocturna y chozas de estación cálida.



Los arqueólogos también han encontrado restos de cabañas que se usaban como vivienda. Hubo de varios tipos, construidas con diversos materiales: huesos, pieles, paja, etc. Los grupos humanos generalmente se asentaban en ciertos lugares donde abundaba la comida, como zonas fértiles y donde vivían los animales de gran tamaño. Algunos de estos asentamientos fueron ocupados durante miles y miles de años.

En esta etapa comenzó una diferenciación de labores entre hombres y mujeres. Como las crías humanas necesitan los cuidados maternos hasta mucho después del nacimiento, las madres humanas estaban mucho más atadas que las de las mayoría de los primates, y los padres cargaron con la tarea de obtener el alimento cazando animales, una actividad prolongada y ardua que no realizaban las hembras porque tenían que cuidar a las crías.



El control del fuego



La utilización del fuego representó el adelanto más importante, hasta la aparición de la agricultura. Antes de que aprendiera a producirlo, el hombre del paleolítico podía obtener fuego de los incendios espontáneos provocados por la combustión de materias orgánicas en descomposición, por los rayos que caían durante las tormentas, de las erupciones volcánicas, del gas natural, etcétera.



Se cree que los seres humanos aprendieron a producir fuego a partir de la chispa que resulta de golpear el pedernal contra un trozo de pirita de hierro, de la rotación manual de un palo sobre la madera o por el calor generado al comprimir aire en un tubo de bambú. Con estas chispas se prendían plantas secas y luego se conservaba viva la flama.



El fuego proporcionaba luz y calor. Como fuente de energía sirvió para calentar las cuevas en zonas frías y se utilizó para cocinar alimentos que eran difíciles de comer crudos, como el tuétano de los huesos, y para conservar jugos. Con las llamas del fuego se endurecían las lanzas de madera y se encendían antorchas que se colocaban a la entrada de las cuevas para ahuyentar a animales que merodeaban por ahí. También servía para quemar maleza, hacer señales, dirigir la caza, trabajar el hueso, la madera y el sílex, preparar colorantes con ocre o carbón vegetal, etcétera.


El fuego, como foco de luz y calor, favorecía la reunión de gente a su alrededor al oscurecer, lo que promovía la conciencia de grupo. El fuego también contribuyó a mostrar diferencias entre los miembros de una misma comunidad. Aparecieron especialistas en su conservación, que eran muy respetados, pues de ellos podía depender la vida de otros miembros del grupo.


Gracias al fuego el hombre pudo soportar las noches frías y pudo penetrar en las regiones templadas y aún en las árticas. El hombre ya no tuvo que limitar sus movimientos a un tipo restringido de clima y sus actividades no quedaron determinadas necesariamente por la luz del sol. Alimentando y apagando el fuego, transportándolo y utilizándolo, el hombre se diferenció completamente de la conducta de los otros animales. De este modo, afirmó su humanidad.

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